¡QUE GRAN MEDITACIÓN PARA AQUEL EFÍMERO MORTAL!
En esto divagaba uno más del mundo mientras contemplaba impasible el atardecer junto a la Alhambra de Granada, amenazando éste con oscurecer y desdibujar sus imponentes murallas...
El otro día, mientras leía el libro del Apocalipsis del apóstol Juan, culminación del Nuevo Testamento, imaginé la posibilidad de que lo que allí se decía sobre el juicio final fuera realmente cierto. Aunque, bien pensado y mirando a mi alrededor me pregunto cómo es posible que lo que allí se narra pudiera suceder.
Pienso pues que he llegado muy lejos, porqué posiblemente no todos los mortales lleguen a hacerse esta pregunta alguna vez en su vida, y en este punto en el que me encuentro debo elegir, y nace en mi mente una nueva cuestión, ¿será éste el gran dilema de la existencia?.
Es una elección arriesgada y que bien merece una profunda y meditada reflexión...
Así comienzo pues; si es verdad e ignoro el mensaje del evangelio estoy perdido, por que lo que me espera es realmente poco tranquilizador y el gozo en vida pudiera no compensar el sufrimiento en muerte. Si es verdad y hago caso del mensaje viviré en paz y esperanza, aunque el coste asumido en vida pudiera parecer extenuante el final será un esplendor indescriptible. Si es mentira e ignoro el mensaje viviré gozando de los placeres mundanos y será la muerte la que ponga fin a ellos y en ese momento todo acabará, sin embargo habré disfrutado a placer, o no. Si es mentira pero no ignoro el mensaje, viviré en paz y esperanza, aunque no habré gozado de los placeres mundanos creo que moriré tranquilo.
Bien, que gran dilema se me plantea y que alegría que así sea, porqué imagino yo que no todo el mundo disfruta de este privilegio. Quizás esto último responda al enigma.
¿Es el azar el que propone esta cuestión o es el Altísimo el que lo hace?...
(En primera instancia estamos obligados a elegir, sin embargo, para alcanzar la verdadera fe no debemos guiarnos por la voluntad humana sino por la voluntad divina, dicho de otro modo, ha de ser la Gracia la que dirija nuestra voluntad, y sólo así nuestra fe será genuinamente auténtica, como fue la de los primeros seguidores de Jesús).