Cuando el mal se apodera del corazón de un hombre, ese hombre queda sumido en la más absoluta oscuridad. Ignora lo que hay a su alrededor porqué la luz se ha disipado por completo y camina a tientas por lugares desconocidos. En ese momento el hombre se encuentra perdido sólo, vacío. Si el hombre yace en ese abismo durante mucho tiempo, el recuerdo de la luz va desapareciendo de su corazón y el hueco que deja se rellena con más tinieblas hasta que todo es absoluta oscuridad y el hombre desaparece para siempre engullido por el mal.
Si ese hombre es capaz de reconocer que el mal mora en su maltrecho corazón y que se halla rodeado de tinieblas, sólo será absorbido por la oscuridad, cuando consciente del mal abandone la lucha contra él o cuando no luche contra el mal mediante la única arma capaz de llevarle a la victoria; el bien. Una vez que el mal hecha raíces en el corazón del hombre y éste es consciente de su situación, las batallas entre el bien y el mal por la conquista del corazón se suceden con una brutalidad y una intensidad espantosas. El hombre desfallece y cae, pero una y otra vez ha de levantarse, el mal persiste en su empeño de dominar al corazón, pero ese hombre con el bien como estandarte y con la fe suficiente aguanta el envite del mal, ilumina su alrededor y consigue destruir la oscuridad.Pero, alerta, tras vencer la batalla final el espíritu queda libre del mal, sin embargo, sigue expuesto a él y las precauciones se han de extremar porqué de lo contrario el mal arrebata al corazón con más furia si cabe que la primera vez.
Si ese hombre es capaz de reconocer que el mal mora en su maltrecho corazón y que se halla rodeado de tinieblas, sólo será absorbido por la oscuridad, cuando consciente del mal abandone la lucha contra él o cuando no luche contra el mal mediante la única arma capaz de llevarle a la victoria; el bien. Una vez que el mal hecha raíces en el corazón del hombre y éste es consciente de su situación, las batallas entre el bien y el mal por la conquista del corazón se suceden con una brutalidad y una intensidad espantosas. El hombre desfallece y cae, pero una y otra vez ha de levantarse, el mal persiste en su empeño de dominar al corazón, pero ese hombre con el bien como estandarte y con la fe suficiente aguanta el envite del mal, ilumina su alrededor y consigue destruir la oscuridad.Pero, alerta, tras vencer la batalla final el espíritu queda libre del mal, sin embargo, sigue expuesto a él y las precauciones se han de extremar porqué de lo contrario el mal arrebata al corazón con más furia si cabe que la primera vez.
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