Un lejano rumor llegaba hasta mi mientras mis pasos guiados por una fuerza misteriosa me llevaron hasta aquella habitación. Allí a través de una puerta entreabierta se escapaba una tenue luz y el rumor se convirtió en una voz clara y contundente. Parado ante la puerta escuché en silencio.
- ¡Oh no!, no oigo el latir de mi corazón.
- ¿Habré muerto ya?.
- No es posible, mis pensamientos siguen fluyendo sin cesar.
- ¿A caso, estaré sumido en un extraño sueño?.
- No, no es posible, mis ojos están abiertos, veo lo que hay frente a mi y todo está igual que siempre.
- ... Eso es, ya comprendo lo que está ocurriendo.
- No debí mirar lo que vi.
- No debí escuchar lo que oí.
- No debí hacer lo que hice.
- Por todo ello mi corazón se ha convertido en piedra y ya no soy capaz de oir su latir.
Lucas 11, 34-36
34 La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas. 35 Mira pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas.
36 Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor.
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